Mi relación con el tiempo desde siempre ha sido... digamos que "especial". Como muchas otras cosas que en mí se han transformado desde que soy madre, mi visión del tiempo también lo ha hecho. Desde que comencé a leer, conocer, investigar, sentir y dejarme llevar por la crianza respetuosa, me he dado cuenta de que la visión de lactancia a demanda y del respeto por los ritmos de los niños puede extrapolarse al resto de la vida también.
Por un lado, cuando empiezas a respetar, ¿dónde acaba ese respeto? ¿por qué habría de acabar? ¿acaso no tendría sentido extenderlo lo más que podamos? Suena muy ambiguo, lo sé, así que voy a concretar un poco lo que tengo en mente.
Nadie mejor que el lactante sabe cuándo, cuánto y con qué frecuencia necesita tomar el pecho, ¿cierto? Ahí va una concepción del tiempo, basada, no en el reloj, sino en las necesidades del organismo. El "tiempo" entre toma y toma, y el "tiempo" que demora cada toma, lo marca el niño, su cuerpo, su hambre o saciedad, su necesidad de contacto o de dejarse llevar por la curiosidad de hacer otras cosas cerca de la mirada materna. Por otra parte, el sueño también; si bien podemos inculcar ciertos hábitos a nuestros hijos, la verdad es que se duermen cuando están cansados - cuando su cuerpo lo pide - sea de día o de noche, y despiertan cuando su cuerpo se sacia de descanso, por así decirlo (o si están escolarizados, porque lo marca un reloj - en cuyo caso tal vez no estemos respetando las necesidades de su cuerpo).
Sé que suena un poco utópico, pero puestos a criar respetuosamente, es una reflexión que a mi parecer vale la pena hacer. Si ahora nos proponemos extender la concepción del tiempo y del ritmo en base a nuestro cuerpo y no a lo que nos dicta el reloj, nos daremos cuenta de muchas cosas, y tal vez cambiemos de actitud radicalmente ante algunas.
Esto me recuerda un poema de Julio Cortázar, no sé si les suena... dice así:
Preámbulo a las instrucciones para dar cuerda al reloj
Piensa en esto: cuando te regalan un reloj te regalan un pequeño infierno florido, una cadena de rosas, un calabozo de aire. No te dan solamente el reloj, que los cumplas muy felices y esperamos que te dure porque es de buena marca, suizo con áncora de rubíes; no te regalan solamente ese menudo picapedrero que te atarás a la muñeca y pasearás contigo. Te regalan - no lo saben, lo terrible es que no lo saben-, te regalan un nuevo pedazo frágil y precario de ti mismo, algo que es tuyo pero no es tu cuerpo, que hay que atar a tu cuerpo con su correa como un bracito desesperado colgándose de tu muñeca. Te regalan la necesidad de darle cuerda todos los días, la obligación de darle cuerda para que siga siendo un reloj; te regalan la obsesión de atender a la hora exacta en las vitrinas de las joyerías, en el anuncio por la radio, en el servicio telefónico. Te regalan el miedo de perderlo, de que te lo roben, de que se te caiga al suelo y se rompa. Te regalan su marca, y la seguridad de que es una marca mejor que las otras, te regalan la tendencia de comparar tu reloj con los demás relojes. No te regalan un reloj, tú eres el regalado, a ti te ofrecen para el cumpleaños del reloj.
Lo conozco desde hace años, y ahora me ronda la cabeza, desde que comencé a reflexionar sobre el tiempo. ¿Cuántos de nosotros somos esclavos del reloj? No sólo en cuanto a la lactancia o a la puntualidad... ¿Cuántos de nosotros esperamos que el reloj nos diga cuándo enojarnos o cuándo estar contentos? Si estás en el trabajo desesperado por salir y el reloj dice que faltan 5 horas, pues te enojas ¿no?, pero si lo miras y te dice que sólo falta media hora ¿te alegras? ¿Tiene sentido pensar que es el reloj el que te ha dictado qué emociones sentir en ese momento? ¿Tiene sentido pensar que si no llevaras un reloj puesto (ni miraras el del ordenador, el del móvil, ni el del iPod, ni el de la estación del metro... uff, están en todas partes ¿no?) simplemente vivirías el momento? ¿Tiene sentido pensar que escucharías tu cuerpo? ¿Que serías simplemente tú? - no quién o cómo te dicte el reloj que has de estar...
Lo noté una noche cuando preparaba a Sam para ir a la cama. Le cambié el pañal, le lavé la cara, le puse una piyama limpia, y cuando venía para cepillarle los dientes, comenzó con sus tácticas dilatorias. Normalmente, las tomo con humor y amor, pero en ese momento miré el reloj, y divisé que teníamos más de 45 minutos de negociación para poderle cepillar. Muchas veces se deja cepillar de buena gana, pero otras veces inicia las tácticas dilatorias y toca seguirle la corriente y esperar que acepte de buena manera. Pues esa noche, en pleno cansancio creciente, me di cuenta de que me había comenzado a enojar justo al ver la hora y al pillar cuánto tiempo llevaba negociando con él para convencerlo. ¿Es justo que me enoje porque me lo dicta el reloj? ¿Acaso no es mi hijo las 24 horas? ¿Acaso no merece el mismo respeto, la misma paciencia, el mismo amor, la misma consideración? Soy humana, lo sé, es normal enojarse y perder la paciencia, pero no sé hasta qué punto sea sano perderla por un agente externo (por el reloj) en lugar de por mi concepción interna del paso del tiempo, según las necesidades de mi cuerpo...
Así que esa misma noche decidí quitarme el reloj, más que todo para aprender, o reaprender a escucharme. Los seres humanos tenemos un reloj interno, ¿o no se han dado cuenta cómo nos despertamos casi siempre 5 minutos antes de que suene el despertador? Nuestro cuerpo sabe qué y cuándo necesita las cosas... ¿por qué no escucharlo, estar atentos a sus sabias señales?
También me propuse erradicar de mi vocabulario las excusas "porque es tarde", "porque ya es la hora", y similares, simplemente porque al reflexionar sobre ello me dí cuenta de que para mí, es mucho más coherente decirle a mi hijo "vamos a dormir porque tenemos sueño" o "porque estamos cansados", que decirle "vamos a dormir porque son las ...PM".
Otra cosa que resonó en mi cabeza sobre este mismo tema es una reflexión de Scott Noelle, en la que él relata cómo hace años el velocímetro de su carro esporádicamente se quedaba estancado. Iba un día conduciendo y confiando en la "autoridad externa" del velocímetro que marcaba constantemente la misma velocidad, hasta que en un momento dado se dio cuenta de que lo que su cuerpo percibía distaba cada vez más de lo que marcaba el carro. Así se dio cuenta de la falla y comenzó a confiar más en lo que él mismo sentía...
¿Y tú qué opinas? ¿Podrías vivir sin reloj? ¿Te has percatado de ocasiones en el que el reloj te dicta cómo has de sentirte?
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¡Hermoso artículo y estoy completamente de acuerdo!
ResponderEliminarDesde que fui mamá de Máximo, todo ha cambiado para BIEN. Siento que, al respetar sus tiempos, al "escuchar" sus necesidades, pude darme a mí el regalo y la posibilidad también de escucharme más, de darme el permiso de descansar, de muchas cosas que antes no me permitía.
La maternidad cambió mi vida en todas las formas posibles... y cada día es un nuevo y maravilloso aprendizaje.
¡Gracias por compartir esto con lo que me identifico profunda y plenamente!
Cariños y éxitos, me encanta el blog :)
Ana